Por: Marianela Tabbia (De nuestra redacción)
Mientras muchos planificaban encuentros con compañeros u organizaban el tradicional locro, 63 familias siguen esperando respuestas.
Se levantan cada mañana soñando con salir adelante, aun con el viento en contra. Y esta semana, mayo comenzó con el feriado que celebra al trabajo que dignifica y nos hace ganar el pan, pero no todos pudieron festejarlo.
El 11 de noviembre del año pasado, la firma Super Uno SA cerró repentinamente las puertas y despidió a la mayoría de sus empleados sin aviso previo. Desde entonces, las pujas en la justicia siguen sin dar frutos concretos ya que los sueldos de octubre en adelante no llegaron todavía ni tampoco la certeza del futuro.
Día gris
Dos trabajadores que formaban parte del equipo de la empresa analizaron cómo viven hoy a casi seis meses de aquella amarga sorpresa.

“En los noticieros veíamos que cerraba una fábrica, pero no te imaginás nunca que te va a tocar a vos. Tenemos un grupo de compañeros más allegados que para el Día del Trabajador no nos pudimos juntar porque muchos de nosotros no teníamos ni para comprar una pizza. Eso te duele”, añadió Daniel Angulo.
En primera persona
Daniel Angulo, 20 años en la carnicería del súper. |
Daniel estuvo 20 años en Super Uno, los últimos de ellos como encargado de la carnicería. Fue testigo de numerosos vaivenes económicos del negocio, pero según él se superaron y ninguno fue de tal gravedad para dar por finalizada la actividad, ni siquiera el año pasado.
“Más allá de la crisis económica que hay, el súper funcionaba bien a lo que yo veía. Aparte si vos pedís carne un lunes tanto para el local de Colonia Caroya como para el de Jesús María, ¿qué te vas a imaginar que a la tarde se iba a cerrar?. Teníamos seis medias reses completas en este súper y en el otro también, doce en total, todo eso se tiró”, detalló.
Su compañera compartió su mirada y completó: “Ni en los peores momentos de la economía, las ventas se modificaron ni siquiera con el arribo de la gran cadena de supermercados en Jesús María. Estaba todo normal, nada nos alertó que podía pasar esto. Sentíamos comentarios, la gente nos preguntaba, pero no estábamos al tanto de la grave situación. Nos largaron a la calle sin un centavo. No tuvieron tacto ni tampoco les tembló el pulso para poner la firma en el telegrama de despido. Para mí es una estrategia lo del concurso de acreedores, les genera tiempo para recuperarse si es que estaban mal económicamente, pero no creo. No perdieron sus propiedades, siguen andando en autos cero kilómetros, comen y se visten bien y tienen su parte mayorista activa”.

“Pago el alquiler y lo que sobra es para comer. Todos los chicos teníamos tarjetas, préstamos y no podemos ir a saldarlos porque ¿qué vamos a ir pagar si no nos alcanza para media cuota? Estamos esperando el pronto pago para tapar huecos”, resumió emocionado.
Ante la consulta de las sensaciones que recuerda de aquel 11 de noviembre, expresó: “Fue algo durísimo porque yo trabajé a la mañana ese día, fue un lunes. Ese día se pidió carne, pollo como eran los pedidos generalmente y a la tarde cuando fui a entrar, me di con que estaba todo cerrado. Estaba el abogado de ellos diciéndonos que estábamos despedidos”.
Si bien esta experiencia fue dura, Natalia rescató las enseñanzas que ganó pese al trago amargo: “Parecíamos una familia, éramos todos compañeros. Convivíamos en el día a día con los dueños, esto se podría haber hablado (…) aprendí a no callar mis ideales, a seguir la lucha a pesar de que muchos se opongan. La voz tiene más poder que cualquier cosa”.
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