Desde hace un tiempo, asistimos a nuevos modos de comunicación: mensajes, chats, posteos, redes sociales, entre otros. El cúmulo de información disponible, y la posibilidad de acceso inmediato a la misma, parecen ser algunas de las características sobresalientes de la era actual.
A las nuevas condiciones de producción de subjetividad, se le suma la aparición de nuevos modos de vincularse; la virtualidad se ha colado también en los vínculos amorosos, dando lugar hoy, cada vez más, a las relaciones de pareja a la distancia.
Será necesario interrogarse, entonces, sobre las consecuencias psíquicas de la virtualidad, de la ausencia de contacto real con el otro, en última instancia ausencia de encuentro; en la era de la hiperconectividad, y de una comunicación donde, a veces, más que acortar distancias, en sus excesos se interpone como barrera.
Amor en tiempos de chat

La idea tradicional y romántica de amor, ha ido cediendo su lugar a una modalidad vincular novedosa: el amor libre, inclusivo y múltiple, recientemente conocido como “poliamor” de tan frecuente mención y presencia últimamente en los medios de comunicación.
Resulta interesante revisar estas nuevas modalidades vinculares y ponerlas en relación a lo que sucede con el encuentro y con la idea de elección. En las relaciones virtuales, el encuentro con el otro no es necesario, parece ser más bien una contingencia, puede estar o no estar; la presencia adquiere así otras variantes, el cara a cara, y hasta el cuerpo a cuerpo, van cediendo su lugar: al chat, la foto, el video…

Desde una idea tradicional y romántica, no quedan dudas de que amar es también y entre otras cosas elegir, y que por lo tanto dicha elección conlleva inevitablemente una perdida. Esta idea de renuncia, parece no ponerse en juego en el poliamor, parece que aquí nada se pierde.
Lacan dice del amor, que es dar lo que no se tiene a quien no es. En pocas palabras y simplificando quizás en demasía la cuestión, podría decirse que el dar lo que no se tiene, es dar lo que falta, no lo que se posee, sino lo que no se tiene, reconocer la falta en uno (la incompletud) y ubicarla en otro. Y a quien no es, porque el otro de la experiencia amorosa es fundamentalmente una producción imaginaria, es la representación mental de ese otro real.
La imagen no es todo
Sería posible pensar, entonces, que las nuevas tecnologías y el aumento de la comunicación, una comunicación que en su mayoría es predominio de la imagen (la foto, la selfie, el video), sirven como escudo para no tomar contacto con la propia falta, con la propia carencia: El sujeto de la foto se muestra siempre perfecto, y si no se muestra perfecto, se muestra feliz, y sino, se muestra exitoso, o lleno de amigos, o pleno de amor… es un sujeto en apariencia completo, sin falta.
La imagen de un sujeto completo, perfecto y feliz echa por tierra también el mito de la media naranja, porque no necesita ya de ningún otro para completarse. Mito en esencia falso si se quiere, porque nadie puede completar a nadie, porque el otro siempre aparece corrido del lugar donde se espera encontrarlo; pero con una cuota de verdad también, porque todos de necesitamos de un(os) otro(S), si bien no para completarnos, pero sí para suplementarnos, en el sentido de lo que suma, de novedad y también de creación.
Habrá que seguir pensando, entonces, cómo las nuevas tecnologías impactan no sólo en el día a día de las personas, sino también en las condiciones de producción de subjetividad, porque las características particulares de una época y cultura, crean sujetos particulares también, con sus modos específicos de ser y estar con otros. Será necesario pensar si los nuevos dispositivos y las nuevas tecnologías, nos acercan o nos separan, si acortan distancias, o si, en realidad, crean barreras para el encuentro. Y por último, será necesario pensar en los por qué: por qué no es posible renunciar, por qué no se puede hacer otra cosa con la propia falta, que no sea negarla, por qué la captura de la imagen...
No hay comentarios:
Publicar un comentario