La asamblea constituyente en 2008 |
Que el pueblo no gobierna ni delibera sino por medio de sus representantes es una de las máximas más difundidas del sistema republicano. Por el mecanismo de la representación, diputados, senadores, legisladores son los encargados de interpretar nuestras necesidades ciudadanas.
Y esto que en la teoría suena hermoso, en la práctica es “pura cháchara”. La reforma de 1994 de la Constitución Nacional introdujo la figura de los partidos políticos (que existían desde antes, pero sin reconocimiento constitucional) y a esas instituciones como la vía de acceso de los ciudadanos en la vida política argentina.
Es decir, como ciudadanos tenemos algunos mecanismos de participación, pero si realmente queremos participar en la toma de decisiones no hay otra vía que hacerlo a través de los partidos políticos. Eso, desde hace años, es una misión casi imposible. Los partidos políticos demostraron ser estructuras cerradas, en las que hay que hacer fila y méritos antes de tener alguna posibilidad. Se trata de “militar”, ganar territorio, enfrentar internas y ganarlas, sumar adeptos, negociar, ceder.
Los que hacen leyes, por tanto, antes que representar a los vecinos, representan a los intereses de sus partidos políticos y no es raro que, tras haber recibido un espaldarazo en las urnas terminen dándole la espalda a la masa de votantes que lo puso en el escaño.
Hace diez años, un grupo de vecinos fue elegido en Caroya para dictar su propia constitución, la Carta Orgánica. Representaron los intereses de los partidos políticos por los que fueron electos y no todo lo que decidieron y redactaron respetó lo que la ciudadanía quería. Ahora, el partido que gobierna plantea modificarla y serán los demás partidos y no los vecinos quienes se presten al juego o no. Quien enarbole ser el intérprete de ese sentir popular estará faltando a la verdad.
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