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Consumo Masivo = placer insatisfecho

Consumir productos y bienes en forma descontrolada produce una insatisfacción permanente.

Por: Adriana Felici (Periodista - directora sección En Familia)

La Justicia francesa investiga a la multinacional Apple por fraude. Según miles de denuncias, se cree que a través del sistema de actualización de sus IPhone reducen intencionadamente su vida útil, obligando a los usuarios a reemplazarlos antes de lo esperado.
En realidad, este tipo de manipulación no es novedad: recibe el nombre de obsolescencia programada y remite al consumo excesivo e innecesario de productos.
El problema es que el consumo indiscriminado, frecuentemente sin una necesidad real, conlleva consecuencias graves: un planeta intoxicado de desechos (como muestra, la isla de basura del Océano Pacífico cuya superficie equivale a 7 veces España); economía resentida (endeudarse); y una insatisfacción permanente con dos aristas: descontento y/o resentimiento que puede llevar a delinquir.

Cultura de la impaciencia
La Lic. y Prof. Jimena Guma, Esp. en Psicología Clínica (M.P. 7791), considera que nuestra sociedad vive la cultura de la impaciencia, con orígenes en la revolución industrial y sus avances con la llegada de Internet y de la telefonía móvil, acostumbrándonos a resultados inmediatos. “Nuestra generación exige resultados a muy corto plazo”, reflexiona. Dice que no importa a que clase social pertenezcamos, ni a que grupos de referencia; ni la cultura, economía o personalidad. “Todos nos comportamos igual: queremos tenerlo todo ya, y consumirlo inmediatamente. Y si no sirve lo tiramos y buscamos reemplazarlo”. 
Guma cree que en nuestra era el consumo lo es todo, y lo peor es que ya no se limita a las compras en comercios (electrónica, ropa o mascotas de moda). “El consumismo –puntualiza- se ha trasladado a las relaciones sentimentales, cada vez más efímeras, con agendas sobrecargadas de actividades y compromisos. Consumimos tiempo y recursos contra el ritmo natural de las cosas. Adquirimos y desechamos comida, ropa, personas y sentimientos sin control…”

¿Somos felices así?
Ante esta pregunta la psicóloga es rotunda: “NO. Todo lo queremos lo más rápido posible; mientras más rápido mejor. Si me sirve lo poseo, sino lo desecho y busco otra cosa; olvidando “vivir” cada momento y disfrutarlo. Este apuro hace que los padres hayan perdido paciencia para educar a sus hijos, hacer las tareas juntos o ir al parque. Cada vez tenemos menos tolerancia en la relación de pareja o con amigos, compañeros de trabajo y en todas las relaciones en general. Ya no visitamos a nuestros seres queridos, mandamos un mensajito y listo, o pasamos a ver a nuestros abuelos cinco minutos y creemos que es suficiente”.
La psicóloga apunta que en el fondo de este “apuro”, se oculta un problema de ansiedad generalizada. Estamos apurados porque no sabemos adónde vamos ni qué queremos hacer con nuestra vida. “No queremos detenernos a preguntarnos y pensar. Preferimos ir satisfaciendo nuestras necesidades a cada instante, sin detenernos a sentir si eso es lo que realmente deseamos en ese momento. Este apuro nos deja sin tiempo para reflexionar, para disfrutar, para recordar que cada momento es único e irrepetible. Total, si una cosa no me satisface, me compro otra; si estas golosinas no me gustaron las tiro y me compro otras. O dejo a mi pareja y me busco otra; como algo desechable”.

Miedo
¿Por qué nos sucede esto? Jimena considera que porque nos da miedo descubrir que andamos perdidos o que no vamos camino a lo que realmente queremos (si es que sabemos qué queremos). “La incertidumbre da miedo; el cambio da miedo”, observa y explica que el consumo indiscriminado proporciona saciedad inmediata, placer a corto plazo; nos llena en el momento, pero luego vuelve el sentimiento de vacío, soledad, angustia. Por eso volvemos a consumir, y nos metemos en un círculo vicioso difícil de resistir. Y del que salir. “Es más fácil comprar y tirar que comprometerse y permitirse sentir, sentirse, pensar, pensarse, mirarnos por dentro y reconocer o aceptar nuestros sentimientos, enfrentarlos y cambiar lo que no nos hace sentir bien. Pero como todo cambia, las costumbres de nuestra sociedad también están cambiando, empezando a desviarse hacia el camino de la lentitud, de lo natural y de lo placentero a largo plazo”. 
¿Sugerencias? Recuperar el hábito de esperar, no responder inmediatamente mensajes conflictivos, leer algunas páginas de un libro diariamente, ver películas de arte o clásicas, disfrutar del tiempo  compartido con personas cercanas, y descansar.

La trampa de la obsolescencia programada
La artimaña de Apple no es nueva. La obsolescencia programada -reducción intencionada en la vida de un producto para aumentar su consumo y venta- comenzó tras la invención de las primeras lámparas eléctricas, que en el caso de la creada por Thomas Alva Edison tenía un duración de 1500 horas. Fue tanto el éxito que varias compañías se dedicaron a fabricarlas, con el objetivo inicial de crear lamparitas más durables. Pero eso era poco rentable y se estableció que su vida útil fuera de 1000 horas, penalizándose a los fabricantes que violaran la norma. Otro producto deliberadamente boicoteado fue el nylon que en 1938 se presentaba como una fibra prácticamente indestructible. Pero la ecuación no cerraba: nadie necesitaba reemplazar las medias, por lo que DuPont rediseñó el material y lo hizo más frágil. En suma: la obsolescencia programada lleva derechito a la trampa del consumismo.
Fuentes: Areatecnologia.com y El Mundo
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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