A muchos tímidos, la tecnología les ayudó a conseguir pareja. Un chat privado en alguna red social convirtió a muchos introvertidos en verdaderos galanes y los puso en la vereda de los que están acompañados.
El uso de la tecnología implica en muchos casos la posibilidad de estudiar al otro antes de generar un avance. Estudiando sus “me gusta” sabremos de quién es hincha, qué libros lee, qué películas prefiere, cuáles son sus comidas preferidas, cuáles son las actividades que le resultan más placenteras. Por sus fotos, sabremos de amigos, de viajes, de logros, entre muchas otras cosas.
Es que, en estos tiempos, está bien visto “desnudarse” en las redes sociales. Hasta aquí, todo bien.
El problema es que el uso de la tecnología para acercarme a alguien debería estar terminado en el momento en que logré acercarme a la otra persona.
Si aceptó mi flirteo virtual, ha llegado el momento del face to face, del intercambio de miradas, de gestos, de señales. Pero se observan muchos casos en que al que avanzó virtualmente le cuesta pasar la fase física y sigue prefiriendo la pantalla antes de que el contacto personal.
Un audio de chat, un mensaje con emojis, una llamada o videollamada de redes sociales son nuevas formas y útiles formas de comunicación.
Pero no son necesarias cuando hay una reunión de amigos en un mismo lugar, digamos un bar. En ese momento, la tecnología podría apartarse para dar lugar al intercambio directo.
Baste la observación en cualquier lugar de encuentro social y se verá como está plagado de grupos que se comunican entre sí ¡solamente a través del teléfono celular que no pueden dejar de mirar!
Es de suponerse que el día en que dejemos de obnubilarnos con los avances “tecnos” volvamos a las relaciones previas a la existencia de los benditos dispositivos móviles.
Es una propuesta y un ejercicio que podemos comenzar a practicar en la próxima juntada.
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