Por: Adriana Felici (Periodista, directora sección En Familia)
Diciembre es el mes difícil por excelencia: estamos agotados por el estrés de todo el año; lo querramos o no hacemos un balance de lo logrado y lo frustrado, y para completar, ya estamos con la mirada en la nueva etapa que el calendario “dice” que se inicia.
Es en ese contexto que nos reunimos a festejar con personas que, aún siendo parientes, en muchos casos no hemos visto -cuanto menos- en un año. Es cierto que este encuentro con esta suerte de “desconocidos” puede ser motivo de alegría… pero lo cierto es que también puede terminar transformándose en un infierno.
¿Cómo evitarlo?
• Establecer acuerdos lógicos para elegir la casa de la reunión. Uno de los grandes motivos de discusión suele ser la elección del lugar donde se pasarán las fiestas. A veces algunos quieren imponerse sobre otros (la madre versus la suegra; una hermana versus la otra…). Consensuar con anticipación, charlando en familia y con franqueza –pero con delicadeza- las necesidades e intereses reales de todos, es una excelente manera de empezar a celebrar.
• Compartir equitativamente los gastos y aportes de cada uno. Otro gran motivo de conflicto suelen ser los clásicos “Mirá lo que trajo fulanita”, “Yo gasté un montón de dinero en preparar los platos y ella trajo sólo una ensalada”, “Me hice cargo de las bebidas y me salió carísimo”… Una vez elegido el lugar para reunirse, será el momento de –papel y birome en mano- pensar en el menú y en los gastos. Y repartirlos lo más equitativamente posible. Aquí no sólo puede pasar que aparezca el cómodo (o la cómoda) que hace el distraído/a para no colaborar, sino el presuntuoso que se quiere hacer cargo de todos los gastos. Ambas cosas pueden crear fricciones, por lo que es recomendable ponerse de acuerdo: se puede hacer un pozo común o distribuir la preparación o compra de cada plato de forma imparcial entre todos los asistentes.
• Los regalos. Otro motivo que puede generar roces (y ya se sabe que las comparaciones son muy odiosas). Es aconsejable acordar: que nadie haga regalos o, en su defecto, tratar de estipular un costo tope para lo que compre cada uno. Otra buena solución es hacerles sólo regalos a los niños. Siendo justos, claro.
• Saber escuchar y no juzgar. Se pueden intercambiar ideas, opiniones o impresiones sin discutir; algo que -¿qué duda cabe?- puede arruinar la reunión mejor intencionada. Un encuentro anual no es el ámbito adecuado para profundizar en cuestiones filosóficas, políticas, religiosas o morales. Limitémonos a conversar amigablemente sobre temas que no exijan plantear posturas rotundas e inamovibles, y dejemos esas conversaciones para un encuentro personal; en otro momento y en otro lugar.
• Privilegiar la vida. Nunca falta el que ve el vaso medio vacío y aprovecha las fiestas para recordar insistentemente –y con algo de morbo- a los que ya no están. Recordemos: estamos celebrando y los recuerdos deben ser de momentos felices.
• No intentar recomponer relaciones deterioradas. Tratar de hacerlo en las fiestas puede tener un efecto boomerang desastroso. No es el momento ni el lugar para dar explicaciones ni para recibirlas. Es mejor compartir el festejo, y combinar un día para conversar sobre lo que pasó en esa relación.
• No excederse con la comida ni con la bebida. Los “achispamientos” pueden ser divertidos pero también motivos de fricciones
• No hacer una sobremesa eterna. Esto evitará posibles situaciones de enfrentamiento.
• No prolongar demasiado la reunión. El cansancio y/o el aburrimiento pueden ser fuente de conflictos. Retirarse a tiempo es de sabios.
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Navidad y Año Nuevo: Cómo salir airoso de “ciertos” encuentros familiares

Claudio Minoldo
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