Hasta donde le pudieron rastrear la historia, el bar 9 de Julio cumplió holgadamente un centenario, aunque la familia Piazzoni está al frente desde 1956. El vino en jarra, el sifón de soda, el vermú, y la picada de fiambres de la zona fueron y son para los antiguos y nuevos “parroquianos” los clásicos del bar y motivos de jornadas de encuentro divertidísimas.
La crisis de principios de este siglo, lo sacó de la céntrica esquina de avenida San Martín y calle Bonoris para dejarlo en una versión reducida al lado, sobre calle Bonoris. Sin embargo, para Martín “Pocho” Piazzoni, el nieto de Don Leandro, había una deuda pendiente: devolverlo al lugar donde nació todo.
Y esa deuda fue pagada con creces durante la noche del jueves 30 de noviembre, hermosa noche de emociones y reencuentros. Casi un centenar de amigos de todas las generaciones de Piazzoni’s volvieron a reunirse en la mítica esquina para esta nueva etapa del 9.
“Siempre fue un lugar de encuentro de amigos, fue siempre el lugar donde nos encontramos. Por eso, era un desafío personal para mí por lo que representa el Nono en mi vida. Estoy muy feliz por volver a la esquina desde que empezó el Nono el septiembre de 1956. Les veo la cara a mi tía o a mi viejo y empiezan a florecer recuerdos”, señaló Pocho Piazzoni sobre esta etapa.
“Si bien -añadió Piazzoni- lo pusimos un poco más bello, en comparación con el bar que tuvimos hasta hace un mes, creemos que no tiene que perder la simplicidad que siempre tuvo. Acá vas a poder disfrutar de una picadita bien caroyense -no gourmet- bien simple, con tu jarra de vino y con la costumbre que tienen algunos clientes que hasta se sirven solos. Es muy especial este bar, no sólo porque es casi centenario, sino porque tiene la impronta de la calidez de las amistades que nacieron acá”.
Asociados a los Piazzoni está Ricardo Silvestri, el Richard al que los Palo Vorracho dedicaron una canción en su último disco, que cumple ahora en dicembre 35 años trabajando para la familia, heredando una tradición que abarcó también a su padre.
El local tiene una estética “vintage”, volvieron las carameleras, y para el debut contaban con una vieja fonola. Es parte de una apuesta también turística porque el nuevo bar les pemitirá recibir mejor a los visitantes y ofrecer productos típicos.
La música de fondo son las risas, los tintineos de vasos en cada brindis, los recuerdos que se atopellan, las anécdotas que vuelven a ser contadas, recreadas, mientras van y vienen las tablas con fiambres y una sensación de felicidad recorre cada mesa y a cada parroquiano. ¡Feliz regreso, bar 9 de julio, y que sea con todo el éxito!
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