Por: Arq. Agustina Patiño (Responsable del área de Patrimonio y Paisaje Cultural del municipio de Jesús María)
En el urbanismo contemporáneo existe una gran conciencia acerca de la accesibilidad universal. Vemos intervenciones en plazas, avenidas y múltiples espacios públicos, con sendas podotáctiles, rampas en los desniveles, barandas, semáforos con avisos sonoros, etc. Las legislaciones locales también acompañan esta tendencia exigiendo diferentes elementos en edificios públicos y privados con algún tipo de uso comercial.
Los sitios patrimoniales y los espacios culturales, como elementos inmersos en las tramas urbanas empiezan a ser conscientes también de la necesidad de re pensarse y adaptarse a necesidades que, aunque pareciera que son nuevas, no lo son.
Nuestra definición de accesibilidad. La accesibilidad, entendida en su más amplio concepto, comprende la elimina- ción de todo tipo de barreras, tanto físicas como actitudinales.
No sólo tenemos que permitir que las personas entren, sino que también puedan actuar en los espacios. Una vez que la persona ingrese, ¿va a poder moverse libremente? ¿Va a poder ir por si misma hasta el baño? ¿Va a tener acceso a todos los servicios? ¿Va a poder leer los paneles de las exposiciones o los autores de los cuadros? ¿Va a visualizar la señalización de emergencia? ¿Va a poder dejar un mensaje en el libro de visitas? En definitiva, ¿va a poder llevarse una buena experiencia de nuestro espacio?
Cuando pensemos en un sitio accesible debemos recordar entonces que tendrá que incluir no sólo los accesos físicos, sino también la accesibilidad a la información, a los servicios, a las tecnologías disponibles y a la comunicación. Y es que si queremos que nuestros sitios patrimoniales y espacios culturales sean inclusivos, lo primero que deben permitir es la autonomía; que las personas sean libres de moverse y vivir el espacio sin necesidad de ser acompañados ni guiados. Es en esa libertad en donde reside la verdadera inclusión.
A fines del 2015, la Organización de las Naciones Unidas creó un nuevo símbolo de la accesibilidad universal que resume esta perspectiva integral. El nuevo diseño sintetiza la figura humana con los brazos abiertos creando una imagen mucho más dinámica que la clásica silla de ruedas.
¿Sabemos a quiénes queremos incluir? En primer lugar deberíamos reflexionar acerca de nuestra visión de las “personas discapacitadas”. Nos tomemos cinco minutos, pensemos. Seguramente se nos viene a la mente una persona en silla de ruedas, una persona ciega o sorda. Es lo más común en el imaginario de la gente.
Cambiemos ese concepto hacia “personas condicionadas por el entorno”. ¿Cambia? Ahora visualizamos unos papás cargando un cochecito de bebé que no pueden subir por la escalera, un deportista lesionado con muletas que no tiene donde sentarse para ver una exposición, una persona con sobrepeso que no tiene espacio para sentarse en las butacas de nuestro teatro, una viejita que ve poco y que ve menos aún con la poca iluminación de las salas de exposición, una persona de estatura baja que no llega a leer a la altura que pusimos los títulos de las obras, una persona que no sabe leer y no entiende de qué se trata la nueva muestra de arte. Y así podríamos armar una larga lista.
Entonces, dejemos de cargar el concepto de limitación sobre las personas y empecemos a cargarlo sobre los entornos que construimos, pensemos en la actividad humana en modo diverso y universal, en personas de todas las edades y en todas las condiciones, en donde todos nos movemos y actuamos diferente.
Herramientas para lograr la accesibilidad. En relación con lo que vimos anteriormente hablamos ahora no de adaptar al que es diferente, sino de adaptar el entorno, empezando por ponerse en el lugar del otro.
Adaptemos ingresos, circulaciones y sitios de permanencia en nuestros espacios culturales. Adaptemos los servicios, que todo el que ingrese tenga acceso y pueda identificar en dónde se encuentran. Adaptemos el ancho de las circulaciones, diseñemos en base al ancho de la silla de ruedas, por ejemplo; si pasa la silla pasamos todos. Adaptemos las barandas para que sirvan a personas a distintas alturas, adaptemos los contenidos de nuestros museos para que todos los puedan ver, sentir, entender.
Pero sobre todo, debemos entender que la mejor accesibilidad es aquella que no se ve.
Un ejemplo local. Desde el año 2016, el Área de Patrimonio y Paisaje Cultural de la Municipalidad de Jesús María trabaja en el proyecto de Puesta en Valor de la Torre Céspedes en donde la accesibilidad universal es un pilar fundamental de la intervención. Los invitamos a visitar el espacio y conocer los avances del proyecto de martes a domingo de 9:30 a 12:30 y de 15 a 19.
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Claudio Minoldo
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