La inmediatez de respuesta que permiten las redes sociales amenazan las labores profesionales por parte de “cocoritos” virtuales que hacen poco y nada en la vida real.
En alguna consulta por enfermedad, el médico que atiende a este editor le preguntó si le gustaría que él hiciese periodismo. Ante la sorpresa de la propuesta, el propio médico continuó: “Entonces por qué pretendés ejercer la medicina automedicándote sino estudiaste para eso”.
El relato viene a colación de que la conculta médica había tenido lugar después de haber fracasado con un tratamiento con remedios autoimpuesto por el paciente, sin mediar receta médica.
En estos tiempos, se llenó de personas que creen que pueden ejercer de comunicadores sociales sin haber pasado por ninguna universidad para obtener la licenciatura o por ningún Colegio de Periodismo para obtener el título habilitante.
Nos dicen lo que tenemos que decir, qué tenemos que investigar, cómo tenemos que decirlo, nos cuestionan si preguntamos de más, si preguntamos de menos, nos acusan de callarnos, de tener miedo, o de ser excesivamente valientes, nos critican lo que escribimos y decimos, nos señalan errores de tipeo u ortográficos. Y casi siempre nos acusan de habernos vendido o de que alguien nos haya comprado. Parece que comunicadores y periodistas son una raza muy accesible en términos de precio. Callar a un periodista siempre parece barato.
Lo peor de todo es que todas esas bravuconadas son virtuales, son a través de redes sociales o de grupos en donde se hacen camarillas para hacer pasar un momento desagradable a un comunicador. Cuando nos tienen de frente, son incapaces de sostener una conversación, un intercambio, una discusión en la que tengan alguna chance de “patotear”.
Que se haya transformado en costumbre no quiere decir que uno tenga que tolerarlo. La falta de respeto, la calumnia, la injuria, la acusación infundada, el maltrato son situaciones que ninguna persona deba tolerar y mucho menos un comunicador o periodista por más cercano que le parezca a la gente.
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Justicieros virtuales, por doquier

Claudio Minoldo
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