Isolina Canilo, “Chola”, tiene casi 85 años. Con quien fuera su marido -Luis Alberto Blacizza- tuvieron a cargo durante más de 15 años La Cantina (comedor de Av. San Martín 1295, Colonia Caroya). Hoy, viuda, Chola sigue trajinando entre ollas y espumaderas para sus 7 nietos; y si bien dice que “era” un refucilo en la cocina, al ver la velocidad con que pica cebollas -y sin usar anteojos- me animo a decir que mantiene intacto el calificativo.
Esas cebollas estaban destinadas a las empanadas del domingo: los nietos le habían pedido “criollas” (Chola me obsequió una docena recién hechas y estaban criminales). “Mañana somos 18 a comer…. pensaba hacer lasaña, pero me dijeron que no trabajara tanto”, sonríe, enfatizando que no se habría achicado: “Me organizo… hago la salsa roja, la blanca, pongo a hervir la verdura… No estoy cansada de cocinar. Siempre me preguntan, nona, ¿qué vas a cocinar el domingo? De cualquier cosita hago una comida… Siempre me gustó. De chiquita ayudaba a mi mamá parada sobre un tronquito”.
Reseña
Nació en Jesús María, se casó y se fue a vivir a Córdoba: Luis trabajaba en la automotriz Kaiser. Pero volvieron, y cuando Kaiser empezó a suspender empleados Luis le preguntó: “¿Qué hacemos ahora Chola?”. Así comenzó el raid tras hornallas y parrilla. Primero fueron el Club Social y la Sociedad Italiana, hasta que salió la oportunidad de La Cantina. “Allí estuvimos como 15 años. Trabajábamos muy bien”, rememora, pero tuvieron que irse con la experiencia a otra parte: “Había problemas de límites entre Jesús María y Caroya, y nos escribían cosas feas en los vidrios… Estos negros que se vayan; con la horquilla los voy a sacar…”, nos ponían. Así que compraron la llave del Panamericano: “Estuvimos un año y medio y vendimos. Ahí sí que no dormía: atendíamos el hotel, el comedor, la confitería, la fábrica de helados… No sabés… Las mesas de la confitería llegaban hasta la esquina del Banco Córdoba”. De ahí al Plaza Hotel, donde también abrumaba el trabajo: “Estábamos a cargo del hotel, la confitería, la sala de juegos; mi marido, se amanecía ahí…”.
Ñoquis y matambre
Chola intenta pintar un día de trabajo: “Ay hija, juntaba matambres de todas las carnicerías y me hacía treinta al celofán; o piernas mechadas… ¡teníamos tantas fiestas y casamientos! Y en el Panamericano preparaba las picadas… Que el mondonguito, los riñoncitos… Era mucho”. Recuerda con gusto cuando el Dr. Humberto Illia (después presidente argentino), y Jorge Bergoglio (Hoy, el Papa Francisco) pidieron pasar a la cocina para felicitarla. Cacho Buenaventura fue otro cliente satisfecho, y para completar, cuando de jovencita trabajó en Argenseda, hacía telas de corbatas que compraba el por entonces famoso modelo Ante Garmaz.
Y su herencia culinaria, ¿en qué manos quedará? “Al que le gusta la cocina es al Iván (Robles; uno de sus nietos). Un día me dice: nona, ¿me enseñarías a cocinar como vos?, y le digo qué gusto tan grande me das; que por lo menos uno siga la tradición”. Así es como Iván, algunos fines de semana, hace pastas bajo su supervisión. “Yo miro y pruebo”, señala, y asegura que le salen igual que a ella.
Por todo lo narrado, parece que Chola era un avión para todo. De hecho fue ella la que puso “primera” para conseguir el dinero y comprar La Cantina. “A pesar del susto de mi marido”, ríe y agrega: “Yo salía al frente. He trabajado siempre -concluye- y seguiría trabajando… Hoy me siguen pidiendo comida, pero no la vendo; ahora la regalo”.
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