Pensar en que nuestra región pudiese ofrecer un vino de alta gama, o un champán, o exportar algún producto vínico, o merecer medallas de oro en concursos nacionales e internacionales era, antes de 1997, un sueño lejano.
Caroya producía antes de esa fecha, casi como producto único, vinos a partir de la uva frambua (Isabella) que dejaban en la boca una sensación bastante poco agradable. Las viñas estaban sobreexplotadas, había precariedad en las bodegas, mal manejo en las viñas, enfermedades y plagas en las plantas, y cualquier mejora quedaba solamente en manos de los “privados”.
Los pronósticos eran desalentadores y todo hacía presagiar un oscuro final para una actividad que llevaba cuando menos unos 70 años en la zona.
En esa época, tres bodegas llevaban la voz cantante en materia de elaboración: Campana, Nanini, y la cooperativa La Caroyense. Por diferentes motivos, las tres bodegas en esos formatos desaparecieron y, afortunadamente, aparecieron nuevos actores en el juego para ofrecerle a la actividad un nuevo inicio y un nuevo oxígeno de la mano de inversiones.
A fines de 1997, Roberto Zironi y Giovanni Colugnati, técnicos y enólogos de Italia, visitaron Colonia Caroya y sorprendieron por la impresión que dejaron, tras probar los vinos locales: estaban en un 40% sobre el nivel óptimo de producción.
Vamos por lo nuevo
La conexión entre nuestra zona y el vivero cooperativo de Rauscedo, Italia, fueron vitales para el cambio que se iba a avecinar. Rauscedo contaba con información de nuestro suelo y de nuestro clima e hizo recomendaciones sobre variedades de uva que se adaptarían a esa realidad.
Malbec, Cabernet sauvignon, Merlot, Trebbiano romagnolo, y Ancelotta, entre las tintas, a las que se sumaba la Pinot noir que ya estaba presente en la zona. Y Chardonnay, Sauvignon blanc, y Malvasia Istriana, entre las uvas blancas.

Familias que habían estado en el negocio durante años, soportando numerosos vaivenes, acataron de buen grado esta posibilidad que se les brindaba. Las familias Tabbia, Patat, Marcuzzi, Londero, Silvestri, Nanini, Lauret, Griguol, Sangoy, Zoratti, Pons, entre muchas otras, comenzaron a plantar filas y filas con las nuevas variedades.
Habría que esperar unos cinco años para comenzar a ver que produzcan cantidad suficiente como para empezar a elaborar nuevos vinos con estas nuevas variedades de uva.
Florece un enemigo
Cuando las nuevas plantas todavía no estaban maduras ni listas para soportar un ataque químico, les floreció un enemigo con nombre y apellido: 2.4D éster, un herbicida hormonal cuya principal virtud es atacar estructuralmente a la planta, sobre todo si tiene hoja ancha como es el caso de la vid.
Y mientras la industria Atanor -en ese tiempo la mayor productora de ese herbicida- intentaba culpar a virus y otras plagas, en 2000 Julio Muñoz, titular de la Cátedra de Fitopatología de la Facultad de Ciencias Agrarias, llegó a la conclusión de que las vides de Caroya habían sido afectadas por el peligroso herbicida volátil, después de recorrer plantaciones de la zona.
Desde 2003, su uso está prohibido en el departamento Colón y desde 2016 su uso está prohibido en toda la provincia en el período que va de septiembre a marzo. De todos modos, los daños recibidos por las plantas fueron incontables desde fines de la década de 1990 hasta la actualidad.
2003, la bisagra
En el bienio 2002-2003, la producción de las nuevas plantas comenzó a mostrar sus posibilidades: tenían mejor precio en el mercado -casi seis veces más que en Cuyo- y mostraban una buena graduación alcohólica para tratarse de viñas jóvenes.
Pero 2003 fue particularmente interesante porque, por pimera vez en la historia, un vino producido completamente en Córdoba tenía como destino a Perú: 180 cajas de vino Moscato, y un vino tinto cuya base era la variedad Isabella en un 40 por ciento, más un 60 por ciento con un corte de las variedades Cabernet Sauvignon y Barbera. Vasija Mayor, de La Caroyense, salía de nuestro país y arribaba al puerto de El Callao entre mayo y junio de 2003.
2003 fue bisagra también porque el INV reunía en Mendoza a todos los elaboradores de vino casero y les explicaba que los querían dentro de la estructura. Para eso, elevabn la cantidad de litros que podían elaborar por año y les ofrecían el respaldo técnico y los controles para garantizar la inocuidad del producto.
Champán, un año después

El jugo de uva a Taiwan
La Caroyense concretó a mediados de junio de 2008 el primer envío de jugo de uva frambua a Taiwán. Para ese lejano destino partió un contenedor con 2.400 cajas de seis botellas con jugo elaborado, por la cual recibió neto 1,60 dólar por unidad. El jugo de uva demostró ser un excelente nicho, pero faltarían muchas hectáreas más para poder hacer frente a una demanda que nunca se vio satisfecha.
El circuito, las fiestas, los impulsores
En la última década, productores de vino casero y bodegas comenzaron a competir en concursos nacionales e internacionales y comenzaron a llegar las medallas para productos bien distintos. La Cata Nacional de San Juan fue una buena medida para los elaboradores de vino casero y allí las medallas fueron muchísimas. La Caroyense y Nanini también mercieron reconocimientos de a decenas.

Hasta los vinos de alta gama llegaron: Paso Viejo y Patente X que demostraron que Caroya fue capaz de liderar una reconversión modelo en Córdoba y contagiar a otras regiones donde hoy se producen vinos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario