El hombre dice una y otra vez que está cumpliendo su sueño. Y trata de hacer bandera de esta idea: “Hay que pelear por lo que uno quiere, todos los días. Eso le digo a los chicos”. Juan Castro tiene 37 años, y desde hace nueve trabaja en la escuela Ortiz de Ocampo como auxiliar. Esa es su ficha formal. Ahora, si alguien pregunta por él en la institución educativa enseguida surgen los elogios en torno a su arte. Juan dibuja y lo hace de forma magnífica. Sus dibujos sobre temas fantásticos o los retratos de futbolistas dan un valor agregado al día a día de niñas y niños.
Cambiar el destino

“Desde siempre me gustó dibujar, nací haciendo esto, pero a partir de que me enfermé cambié mi vida y me di cuenta que el arte era lo que quería”, repasa. Frente a discursos que menosprecian el arte, que no ven ahí una posibilidad de estructurar la vida, Juan contrapone sus experiencias. “Cuando en el secundario iba a una escuela técnica y a veces no me salían las cosas con palabras, las dibujaba y me iba muy bien en los exámenes.” “Me daba cuenta que el dibujo servía”, ejemplifica.
Prepararse
Todo ese recorrido llevó a que Juan ya no sólo dibujara para sí o los más cercanos. En los últimos años empezó a realizar intervenciones públicas. La escuela fue uno de los sitios que le abrió las puertas. “Me pidieron que haga un dibujo de Ocampo en un cuadro y eso significó mucho para mí. No tanto por el dibujo que tal vez no es perfecto sino porque me significó un trabajo de lectura, de aprendizaje y luego me permitió seguir haciendo trabajos acá”.

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