Con un grupo de dirigentes jóvenes en las secretarías clave del Festival y con la firme intención de llevar a las noches del color y del coraje al siglo XXI, la edición 51 dejará mucha tela para cortar y motivará un análisis profundo seguramente cuando se reanuden las actividades en marzo.
Hubo dos cosas que no funcionaron como se pensaba: el sistema de venta de entradas anticipadas con la empresa Pase Show, desconocida en el rubro, que se colapsó ni bien tuvo un sofocón de ingresos a su web. De hecho, desde la noche inaugural la única venta anticipada se realizó en boleterías de la doma.
Y el sistema de escaneo tampoco funcionó para el ingreso/ egreso de periodistas y fotógrafos. Las mejoras para el trabajo de los medios de comunicación fueron muchas y buenas, pero las desinteligencias con la gente del operativo de seguridad interno opacaron un tramo de la labor periodística.
Sacando esos detalles, no menores desde luego, el Festival se encaminaba hacia un importante ingreso de público. La gente siguió eligiendo venir a Jesús María, pese a que tiene el bolsillo un poco más flaco después de la devaluación, de la que economía tuvo un parate generalizado después de octubre, y a pesar de que las entradas estuvieron bastante más caras que en la edición anterior.
La programación de escenario, en general, pasó la prueba del público. Hubo algunos intentos por incorporar jóvenes promesas y habrá que seguir depurando el padrón de los que ya poco aportan al desarrollo de una noche.
Sabremos, además, si la propuesta pop y teen del lunes dio el resultado esperado y si ése es el camino que hay que empezar a transitar para seguir generando utilidades, el objetivo que mueve al festival.
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