Un parque de árboles nativos entra en apenas un par de metros cuadrados. Así lo demuestra Juan Carlos Lorenzatti (72), cultor del arte del bonsái en Jesús María. Este aficionado y perfeccionista de esta práctica cuenta con unas 25 macetas en las que exhibe diversas especies originarias del territorio nacional. “Realmente hacen más fácil la tarea porque están mejor adaptadas al clima”, apunta el hombre con la mirada puesta en sus obras.
Una vida
Lorenzatti se ha convertido en una referencia en esta actividad. Tal como publicó este semanario el año pasado, este vecino del barrio Parque Suizo difunde la práctica a una decena de personas mediante cursos. Pero su historia con el modelado de los árboles, que quedan en tamaño pequeño, es mucho más antigua.
El primer contacto con este arte oriental llegó en la adolescencia. “A los quince o dieciséis años vi un artículo en una revista y quedé impactado”, comparte. Pasaron unos cuantos años, casi dos décadas, para que finalmente esa atracción que estaba latente germine. Y de forma casera, sin mucha instrucción, Juan Carlos se largó.
Pasó otra buena cantidad de tiempo hasta que, liberado de ocupaciones y compromisos, se lanzó de lleno a la actividad. “Hace unos quince años que me perfecciono, y ahora por ejemplo hago cursos intensivos en Buenos Aires con especialistas que vienen de Italia y España”, cuenta acerca de su voluntad de aprender. De hecho, esta semana Lorenzatti viajó a la Capital Federal para participar de unas jornadas organizadas por la Escuela Europea de Bonsái en Argentina.
Aprender del árbol
“Tengo ombú, tala, quebracho colorado, lapacho, algarrobo”, enumera con serenidad. Conocedor del ambiente de esta actividad que tanto lo apasiona, Lorenzatti no se ha cruzado con otros que tengan esa cantidad de ejemplares de nativas en calidad de bonsái. Si tiene que definir las ventajas de este tipo de especies frente a las exóticas, apunta que “es notable la adaptación al clima que tienen”. Por otra parte reconoce que la cualidad de las nativas es que “el desarrollo del tronco suele ser más lento que otras, de zonas tropicales”. Fiel a esta filosofía, explica que “uno no busca algo que dé sombra de hoy para mañana, esto pasa por vincularse con el ejemplar, modelarlo, cuidarlo, y buscar que viva muchos años”.
Sus macetas dan testimonio de esa paciencia. Algunos de sus bonsái, como el ombú que toma entre sus manos, tienen más de tres décadas de vida. Y eso bastaría para darse por hecho. Pero el hombre sigue de cerca el devenir de nuevas raíces, ramas y hojas, que dentro de varios años tendrán la forma deseada. De eso se trata, del transitar junto a las plantas. Con calma. Sin prisa.
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