Por: Leonardo Rossi (De nuestra redacción)
Lejos en tiempo y espacio de aquellas violentas jornadas de Chicago de 1886 que dieron origen al Día del Trabajador, esta jornada de celebración se mantiene en pie. Inoxidable al paso del tiempo y reconocido en lugares tan disímiles, este festejo tiene arraigo concreto en mujeres y hombres de carne y hueso, en cada calle de estas ciudades.
A modo de homenaje, Primer Día conversó con ejemplos vivos de esa cultura trabajadora, que tal vez sean espejos de tantas historias anónimas. “El trabajo nos mantiene vivos”, se escucha entre los testimonios.
Sin dudas que hay que hacer salvedades. Cada experiencia laboral es un caso aparte. Desde ya que no todo trabajo dignifica. Las condiciones laborales, la oportunidad de elegir entre un empleo u otro que no todos tienen o la constante carrera entre salario y tren de vida son aspectos a contemplar. Los casos registrados por este semanario reflejan a personas que, sin pocos escollos, han encontrado en su vida laboral una satisfacción que vale la pena mencionar.
“Cuando me vine a vivir a esta zona nadie me conocía. Pedí mucho a San Cayetano”, dice con profunda religiosidad. Creer o reventar, dirán algunos. “A la media hora me vinieron a buscar y ya nunca me faltó el trabajo. Gracias a Dios.” Antes, había pasado tres meses desempleada. “Fue realmente duro, no tenía para comprar remedios”, ejemplifica, desde la vivencia, el golpe que sintió por la falta de trabajo. Por eso en esta fecha tan especial, Mirta reflexiona: “Hay que celebrar porque el trabajo da vida al ser humano, te hace mucho bien”.
Tradición familiar. El hombre busca el mejor corte para el cliente. Conversa mucho entre pasada y pasada del cuchillo. Genera empatía. Luis Brandán (42) muestra sus dotes de carnicero. Enseguida aclara: “Hace sólo nueves meses que estoy con esto”. Mientras pesa el pedido que le acaba de hacer una mujer, cuenta que trabaja “desde los 14 años”. En ese transitar pasó por unos cuantos y variados rubros, entre otros, productor avícola y camionero. “Siempre fui a la búsqueda de acomodarme en lo que me mantuviera de la mejor forma económica”, sincera.
Eso que pareciera ser cierto síntoma de inestabilidad nunca se tradujo en falta de empleo. “No me faltó el trabajo”, dice. Y refuerza, por las dudas: “¡Jamás!”. Los cambios de actividad llegaron por decisión propia y siempre con el próximo destino asegurado. “No puedo no trabajar, es algo que viene de familia”, suelta Luis.
“Aunque uno nunca descansa, este día sí que lo festejo y en especial con mi familia”, dice con notable orgullo.
Walter va a la definición genérica: “Sí que el trabajo dignifica. Te hace saber lo que cuesta cada cosa”. Automáticamente, comparte su deseo de que “todos los chicos que no tienen oportunidades puedan tener un trabajo”. En su caso, ayudó a su hijo para darle un empujón. “Me lo traje acá a la gomería, para que pudiera trabajar y ahora ya consiguió otra cosa. Pero esa experiencia le hizo muy bien.” E insiste: “Por eso digo lo de los jóvenes, porque el trabajo realmente les cambia la vida”. Mientras le echa aire a unas cubiertas, avisa: “No tengo pensado dejar de trabajar. Al contrario, más pasa el tiempo más me aferro a esto”. Por lo pronto festejará con amigos un nuevo primero de mayo, que está claro no será el último.
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