Por: Leonardo Rossi (De nuestra redacción)
Las tormentas de esta semana volvieron a afectar barrios y zonas rurales de Colonia Caroya. Fueron varias las casas y campos que no habían llegado a recuperarse de los diluvios que comenzaron de forma intensa el 15 de febrero, y que volvieron a ser sacudidos por la copiosa lluvia ocurrida entre la noche del lunes, y la mañana del martes. El barrio Los Álamos fue uno de los más dañados, donde una decena de viviendas se encuentran con distintos daños. Agua estancada, pozos desbordados y basura conformaron un cuadro sanitario delicado en esa parte de la ciudad. El Municipio hizo entrega de colchones y materiales, y espera una mejoría definitiva del clima para encarar tareas de fondo.
Elías Moreno (35) se erige como referente natural de los vecinos. Ve llegar al cronista y avanza con un pedido: ser escuchado. “El barrio se hizo una gran pileta, y las máquinas en vez de arreglar, empeoraron todo. Está lleno de mosquitos, con agua sucia, y es un peligro”, describe. Y critica el enfoque que da el Estado ante estos casos: “No queremos un bolsón, no tengo hambre. Queremos obras para que no se inunde más. Hace 35 años que vivo acá y nada cambia”.
La mañana del martes fue crítica para el barrio. El agua comenzó a entrar en varias viviendas. En las que no lo hizo, la humedad trabajó desde afuera y dejó en pésimo estado el material de las construcciones. “En mi casa me llegó hasta la puerta, y no entró de casualidad. Pero ahora tengo mucha humedad”, cuenta, con un poco más de calma, Nicolasa Varela (68). Las paredes de su casa “chorrean”, y ahora aguarda que el Municipio le traiga materiales para paliar la situación. Al igual que Elías, recuerda que “hace mucho se piden las obras para el barrio”, por ejemplo “que se abran calles, y que pueda trabajar bien un camión para arreglar esto, pero no se hace nada”.
La casa de Cristina Gordillo muestra improvisadas puertas para contener la entrada del agua, que no lograba escurrirse en su pendiente natural. Bolsas de arena, y retazos de madera ayudaron a hacer más lento lo inevitable. “Tuve que poner la heladera en la mesa, porque me entraba el agua. Primero se metía por los ladrillos y después por la puerta”, rememora indignada, mientras apunta con sus dedos a los sitios más castigados. Su vivienda está saturada de humedad. Se ve en las paredes y se respira en las habitaciones. La mujer reclama: “¡Necesitamos materiales!”
Consultada por la acumulación de agua que persistía, sostiene que “el trabajo es muy difícil porque se ha quedado una máquina” debido a que el suelo se presentaba todavía demasiado blando. La tareas igual continuaban. Sin embargo, Brollo reconoce que “a veces los trabajos, por más intenso, no alcanza a dar respuesta a los tiempos de la persona afectada, que son inmediatos”. “Entendemos los reclamos”, se hace cargo.
Brollo agregó otras situaciones críticas: “En la cortada de Londero, con una casa en riesgo, y en la vivienda del criadero de Pollos (Tronco Pozo) que está a punto de caerse”.
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