Sería impensable señalar que las noches de enero desde hace 50 años le pertenecen exclusivamente a las 20 escuelas socias y dueñas del Festival de Doma y Folklore.
La ocasión de los festejos por el cincuentenario de la creación de la “unión de cooperadoras escolares” debiera servir para abrir una discusión respecto de las instituciones que, hoy, están excluidas de los beneficios que genera la fiesta gaucha.
Porque ya no se trata de la voluntad de 20 escuelas (no todas ellas son fundadoras) sino de una región que tiene que ver con la permanencia, con la defensa, con el trabajo, con la construcción de la imagen “festival”.
Es hora de que se caiga el velo de que no se puede hacer lugar a una nueva escuela porque el estatuto pide unanimidad entre las 20 y con que una sóla se oponga ya basta para negarle su ingreso. Los estatutos no son compendios de leyes absolutas ni inmodificables y deben y pueden cambiar conforme cambien los tiempos.
Es cierto que las nuevas escuelas que se sumen deberían hacerlo con algunas restricciones de derechos al comienzo, o con un reparto de utilidades inferior al resto, u otro mecanismo que equilibre la participación en relación a las históricas.
Pero no menos cierto es que se trata de escuelas que venden la imagen de que realizan un festival “solidario” y que trabajan por la educación y la inclusión de niños y vienen dejando afuera a instituciones a las que concurren niños y adolescentes con necesidad imperiosa de inclusión y educación.
Pensemos en la nueva escuela secundaria de Sierras y Parques, el IPEM 361, por ejemplo. En lo bien que le vendría a esa escuela contar con ciertos fondos que le permitan afrontar inversiones y gastos que su comunidad educativa no está en condiciones de hacer. O en el IPEM 294 que trabaja con una porción de estudiantado vulnerable.
Y pensemos, sin ir más lejos, en cuántas personas de Sinsacate han hecho aportes de tiempo y de materiales para que el Festival pueda avanzar. Desde aquellos que aportaban los novillos en la época en que se realizaba el espectáculo de la volteada de novillos, hasta los que aportaron maquinaria en las primeras ediciones para ir dando forma al anfiteatro. Sin embargo, la escuela primaria de Sinsacate está fuera de los beneficios del Festival.
Jesús María es lo que es, entre los festivales, porque la comunidad hizo mucho porque así fuera. No fue el esfuerzo aislado de 20 escuelas el que construyó semejante trayectoria.
Es su trabajo y el trabajo de todas las instituciones que lo rodean el que permite sostener estos 50 años de historia.
Va siendo hora de que el Festival se ponga generoso, que habilite la discusión, que genere los mecanismos para integrar a todas las escuelas que se vienen quedando afuera.
Porque es parte de su cometido original y solidario. De lo contrario, quedará entrampado en un discurso que puede volvérsele en contra y enojar a la comunidad que lo sostiene.

Claudio Minoldo
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