Entraña nobleza despojarse de lo que uno atesora como conocimiento para darlo a otro que no lo tiene. Enseñar no sólo entraña vocación sino entrega al prójimo.
Las “señoritas” de ayer, de hace rato, y las de mañana pueden enhebrarse en un puñado de valores que hacen muy singular su profesión. La mayoría no está al frente de las aulas porque les pagan para ello sino porque tienen vocación por enseñar.
Este editor recuerda el temor que le dio saber que en cuarto grado iba a tener a la señorita Betty. Es que la docente tenía fama de severa y el rictus de su rostro acompañaba esa fama. Uno pensaba en ese entonces que cuarto grado iba a ser un año difícil en el que sólo se iba a ir a aprender y a reírse menos.
Por supuesto que el año fue súperdivertido y que la señorita Betty no fue el ogro que aparentaba. De hecho, creo que la mayoría de los que fuimos sus alumnos le debemos la enorme pasión por la lectura que ella alentaba con periódicas lecturas colectivas en las que iba corrigiendo los defectos con amorosa paciencia. Enseñaba a darle entonación a la lectura, cómo hacer las pausas tras los signos de puntuación, cómo leer los signos de exclamación y de pregunta.
La referencia no entraña nostalgia en modo alguno porque hay que aclarar que se trataba de tiempos en que no había internet, ni telecomunicaciones satelitales complejas, ni redes sociales, ni tanta virtualidad ni instantaneidad.
De lo que intentamos hablar en estas reflexiones es en lo que atesoraban en el fondo del alma algunas maestras y que, todavía hoy, siguen atesorando.
Hay maestras que llegan a sus casas felices después de una enorme faena en el colegio donde no sólo tienen que lidiar con diversos saberes sino con otras funciones que ha ido adquiriendo la profesión a lo largo de los años.
Hoy, una “señorita” tiene que ser un poco psicóloga, un poco animadora de juegos, un poco mamá de medio tiempo, un poco motivadora profesional. Y, además de todo eso, tiene que cumplir con un programa que bajan los ministerios de educación, tiene que lidiar con padres que le cuestionan su autoridad, con alumnos que siempre están intentando saber dónde está el límite... y hacerlo por una paga que nunca es lo suficientemente decente.
Hoy, igual que siempre, donde uno ve cómo funciona la educación en los hijos y trata de compararla con la que recibió, se llega casi a la misma conclusión: maestra con vocación y pasión por lo que hace será recordada indefectiblemente por el educando.
El altar de las mejores maestras sigue siendo ocupado por aquellas que jamás se dieron por vencidas, de las que asumieron cada día de clase como una batalla contra la ignorancia, de las que mostraron con su vida de qué se trataban los valores sobre los que hablaban, de las que se siguen emocionando cuando sus exalumnos la saludan fervorosamente por la calle. Vaya el merecido homenaje a esas entrañables maestras.

Claudio Minoldo
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