
Estela de Carlotto, una de las referentes de Abuelas de Plaza de Mayo, ha sido símbolo de la mesura, pero también de la constancia, del compromiso y de la esperanza.
Tuvo que esperar 38 años por el abrazo que soñaba con su nieto 14, con Guido, el hijo de su hija asesinada brutalmente en un fingido enfrentamiento.
Por eso, el día en que se anunció que ese nieto había aparecido, hubo confluencia de alegrías, de todo el arco político, de todas las organizaciones intermedias, y no hubo posibilidad de que alguien se apropiara de ese hallazgo, de ese descubrimiento, de ese encuentro que, fiel a su mesura, fue privado, secreto, íntimo.
Porque Estela de Carlotto acumuló pergaminos suficientes como para trascender a una gestión, a determinados funcionarios, y a cualquier partido político.
Porque su causa sigue siendo la causa de la Argentina que no halla consuelo mientras haya más nietos alejados de sus verdaderos abuelos, mientras haya más nietos alejados de sus verdaderas historias, de sus verdaderas referencias, de sus verdaderos tesoros familiares.
No se trata en estas líneas de encarar una defensa del tipo de militancia ni del tipo de represión ni de la forma en que se dieron aquellos sucesos. Se trata de acordar en que esos nietos fueron apropiados de manera ilegítima, cercenándoles el derecho básico a la identidad y a tener el nombre que tus progenitores te dieron antes de arrancarte de sus brazos y entregarte a una ignota familia.
Se trata en concordar que -por nuestra Constitución- los tratados internacionales sobre niñez tienen rango superior y los derechos en ellos contenidos deben ser velados por el Estado y por toda la sociedad.
Siguen faltando “Guidos”, siguen sin hacerse presentes en las mesas de sus abuelas. La búsqueda no puede claudicar. No debemos permitirlo.
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