
Podría parecer la apología sobre la contratación de un profesional de la comunicación dentro del seno de una entidad que no cuenta con esos servicios, pero no. Apenas es un ensayo sobre cómo fracasan algunos esfuerzos cuando no se tiene un idóneo al frente del desafío de comunicar.
En las instituciones gubernamentales, comunicar es una obligación por aquello de la publicidad de los actos de gobierno. Lamentablemente, para cumplir con el precepto deberían comunicar lo que hizo el municipio, o la provincia, o la Nación antes que comunicar lo que hizo determinado funcionario que responde a determinado partido político y que está allí por la circunstancia periódica de la representación por medio de las elecciones.
Pero pongamos el caso de que, aun con deficiencias, se cumple con comunicar qué hace un organismo del Estado con los dineros públicos que maneja, se trate de la construcción de una ruta o de la incorporación de un nuevo servicio social.
Aunque somos lo que comunicamos, también somos lo que dejamos de comunicar, los silencios, los intersticios entre una demanda y su explicación, los gestos que hacemos al comunicar. Y muchas veces lo que dejamos de comunicar se transforma en fuente de rumores, versiones, trascendidos, dimes y diretes.
Por ese motivo, resulta de particular importancia no dejar ningún aspecto de la comunicación librada al azar.
Comunicar con eficiencia es aprovechar los tiempos, planificar los momentos, e imponer la propia agenda comunicativa con la certeza de que eso potencia nuestra imagen positiva en la comunidad.
Salir a enmendar los errores de comunicación es mucho más difícil que programar previamente una serie de acciones comunicativas. Es cuestión de no subestimar el poder transformador de una buena comunicación en nuestros tiempos.
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