La reciente agresión contra una periodista local generó no sólo el rechazo entre los colegas sino de la comunidad que repudió la metodología.
“Maten al mensajero”, ordenaban los reyes cuando el emisario era portador de malas noticias como si el portavoz fuese el responsable del hecho infausto. En esa época, las revoluciones estaban lejos de pronunciarse y los derechos eran algo que solamente podían exhibir los nobles y parte del clero.
Pero, en pleno siglo 21, resulta inadmisible que se quiera aplicar aquella lógica cuando los derechos humanos son universales y casi no quedan privilegios para esgrimir en forma reducida.
Durante la cobertura reciente de un supuesto hecho delictivo, a la periodista Natalia Balverdi se la atacó verbal y físicamente mientras trataba de hacer su trabajo. Se la acusaba falsear la verdad sobre el hecho que estaba cronicando y mientras intentaba aclarar el malentendido fue agredida físicamente en dos oportunidades. La segunda vez a traición y sin que pudiera percatarse sobre la autoría del ataque.
Hay una lógica perversa entre quienes delinquen porque suelen responsabilizar a la prensa por los procesos que desatan en su contra la Justicia y la Policía como brazo ejecutor de la primera. Como si el no cronicar un hecho lo hiciese menos grave, menos punible, menos condenable. Como si la prensa fuese la encargada de aportar el corpus probatorio de un delito, como si fuese auxiliar de la Fiscalía. En fin, un absurdo con el que se tiende a quitarle algo de responsabilidad a quien eligió andar por el margen, sabiendo que lo que hace está penado por la ley.
Los periodistas no generamos investigaciones judiciales o policiales, no las propiciamos, no nos sentamos con jueces a ver qué penas imparten, no les decimos a los fiscales que cargos imputar, no elevamos causas a juicio, no presentamos pruebas en contra.
Los hechos delictivos ocurren a pesar nuestro, muchas veces somos víctimas de ellos, y somos “mensajeros”, apenas profesionales que contamos algunos hechos sobre una larga lista que jamás sale a la luz. Nos toca cronicar una ínfima porción de esos hechos.
En la reciente y cobarde agresión contra Balverdi, la reacción de la comunidad y de la totalidad de los colegas fue unánime: rechazo absoluto a la violencia como método para resolver diferencias.
Pero, más importante que aquello: respaldo absoluto a la libertad de prensa y de expresión. Nadie puede esgrimir causal ni impedir que nos expresemos en absoluta libertad porque es uno de los principios que hacen a la convivencia democrática. Cada profesional de la comunicación deberá hacerlo dentro del marco de las restricciones que sus estatutos y la ética profesional demanden, pero con la absoluta tranquilidad de que no recibirá amenazas, ataques, o intimidaciones por eso. No hace falta explicar por qué ¿no?.

Claudio Minoldo
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