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Charlar con papá

Hay que ser capaz de trascender esa cosa cotidiana y entender que poder conversar con un padre es un enorme privilegio por lo que encierra.

Durante muchísimos años, el padre de este editor fue una figura poco presente. ¿Por qué? Porque sus obligaciones laborales reducían la permanencia en el hogar a unas pocas horas nocturnas. Compartir con él la cena, entonces, era motivo de regocijo.
Con los hermanos esperábamos ansiosos su llegada y que trajera alguna “cosita”, generalmente alguna golosina. Y nos habíamos acostumbrado a que papá estuviera poco en casa y podíamos disfrutarlo los fines de semana y durante las vacaciones en que era todo para nosotros.
Hasta nos habíamos inventado unas mini vacaciones entre “varones” en algún camping donde la aventura era dormir en carpa y cocinar alguna comida con una pequeña garrafita. De esos tiempos hay anécdotas memorables como la que asegura que este editor le pedía con mucho respeto que se retire a una vaca que había decidido interrumpir nuestro sueño con su merodeo. ‘Váyase, señora vaca’, exageran los hermanos que decía este editor.
Pero aquel padre poco presente durante la niñez fue capaz de volver sobre sus pasos, analizar su relación con los hijos, y tomar la determinación de dar un giro de 180 grados. Ese giro incluyó no sólo una mayor presencia física sino también un compromiso en la escucha, un acompañamiento silencioso en las malas, una palabra de aliento cuando era pedida, una crítica constructiva cuando era necesaria. De modo que si antes hubo “tiempo perdido” durante muchos años fue recuperarlo con creces y dejar tiempo a favor.
Entonces, fuimos capaces de cimentar una relación sumamente estrecha en la que parecemos amigos, pero seguimos siendo padre e hijo. Una relación en la que hay una amorosa sintonía, en la que uno se descubre haciendo lo mismo que vio que el otro hizo y hasta tratando de hacer coincidir lo que decimos con lo que hacemos, el enorme desafío de toda la vida.
Y después uno es padre y cree que será mejor que el suyo, pero termina equivocándose allí donde creía que no se iba a equivocar y también pierde tiempo con sus hijos y se detiene a tiempo para revertirlo.
Ahora, este editor tiene menos tiempo para charlar con papá, extraña ese tiempo, y se siente enormemente privilegiado cuando puede hacerlo.
Porque sigue habiendo muchos días solitarios, porque a veces nos gana el agobio, porque aunque somos adultos no podemos resolver todo, y porque todo siempre parece más fácil en compañía de papá.
Creo que esa foto, dentro del coliseo romano, resume mucho de lo que está escrito en estas simples reflexiones, pero también creo que esa foto es incapaz de describir todo lo que se es capaz de sentir cuando se tiene un padre fuera de serie y una persona de bien.
Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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